martes, 25 de enero de 2011

2 de diciembre de 2006

Nada más despertarme enciendo la tele. Desayuno viendo anuncios, o lo intento, ya que puedo tener la mala suerte de no pillar ninguno en el rato que tardo en comerme mis cereales, y dejo grabando la tele todo el día, cualquier canal al azar (uno con publicidad, claro está).
Aquel día pillé uno especialmente perturbador que me bajó de golpe la erección matutina:
Un hombre llega a su casa, presumiblemente desde el trabajo, vestido con traje, chaqueta, corbata. Una mujer, presumiblemente, su esposa, le recibe llevando un delantal y una gran sonrisa. Él la tumba de un guantazo. La mujer intenta incorporarse y él vuelve a golpearle. Pantalla a negro. Letrero: “Tienes que cuidarlas”. Producto: Crema de manos.
Inmediatamente sonó el teléfono. Era Fátima, otra publicista poco madrugadora que se pasa la mayor parte de su tiempo libre frente a la tele.
—¿Has visto lo que yo?—preguntó. Yo diría que estaba pálida.
—¿Crema de manos? Sí, lo he grabado.
—Pues mándaselo ahora mismo a Rodri y que la monte—me ordenó, ya no se le notaba pálida, habría vuelto a su moreno original de mulata. —¿Cómo han podido emitir una cosa así?
—Esta cadena tiene su propia agencia, ya lo sabes.
—Claro que lo sé, no voy por ahí. ¿Qué mierda de filtros les han puesto? Tú te habrás reído mucho, ¿no? —de su moreno mulato había pasado al rojo. Ahora estaba cabreada conmigo. O tal vez con todos los hombres.
—Se me ha quitado hasta el hambre—mentira.
—Jumm… Bueno, ya hablaremos. Mándale eso a Rodri— y colgó.
Así que le mandé el anuncio a Rodri, un colega que trabaja en una asociación de consumidores. Mejor darse prisa con Fátima… bueno, no haré ningún comentario sobre su sexo y lo que ser mujer implica; dejémoslo en que no me apetecía cruzarme con ella y que me escupiese toneladas de hormonas a la cara por no haber hecho lo que ella ordenó. Porque sí, vale, habría motivos para preocuparse por el anuncio, pero los justos. Yo fui capaz de hacer mi día con normalidad sin pensar en exceso en ese maltratador preocupado por el cuidado de sus zarpas; sólo pensé en él cuando entré a una tienda a preguntar por la crema. Pero entiéndeme, en invierno me salen unos terribles sabañones en los nudillos. Si existía la posibilidad de que hubiesen inventado la crema definitiva para el cuidado de las manos masculinas, por muy despreciables que fuesen sus técnicas de promoción, no podía desperdiciar la oportunidad de probar el producto.
Acabé en una perfumería. Aprovecho para decir que no me gusta ese nombre. Sí, tienen perfumes, pero también gel, cremas y todo lo relacionado con el maquillaje, no creo que ponerle otro nombre hiciese daño al negocio. Propongo “droguistería”, como derivado de “droguería”, por las similitudes de género, y “camuflería”, derivado de a su vez de “camuflaje”, por razones, creo, obvias.
—No lo he oído en mi vida—dijo la farmacéutica—. Desde luego será nueva.
—He visto el anuncio esta mañana—dije.
—Lo siento—me contestó, y se quedó callada allí, mirándome.
¿Incómodo? Sí, pero sólo por la falta de costumbre. Normalmente cuando no tienen lo que pides de asaltan con otros tantos productos similares o, tratándose de situaciones como esta mía en la que no disponen del producto solicitado, la respuesta podría ser un ejercicio de despotrique contra los responsables del transporte de mercancías o algún otro grupo de empleados en la cadena que concluye con la llega del producto a la tienda. Ya sea porque detestaba su trabajo o por ser de poco hablar, en cualquier caso estoy agradecido. Un lo siento y silencio es lo mejor que me podían dar.
En la droguistería lo tenían, acababa de llegarles y los botes aún estaban metidos en cajas que un repartidor continuaba apilando. Demasiadas cajas diría yo.
Conseguí convencer a una dependienta de que me vendiese un tubo de la crema antes de haberlo siquiera etiquetado, introducido, archivado, registrado; lo que sea. No sé qué se hace con los productos, yo estoy entre la fabricación y la venta. Se lo pagué en mano y no me pudo dar tique.
Cuando salía de allí escuché a una mujer de dentro exclamar “¡Esa crema!”. Supuse que ella sí habría visto el anuncio. Por si acaso aceleré el paso y al parque que me fui porque allí es a donde van las personas de cierta edad cuando no tienen trabajo o nada mejor que hacer. Yo necesitaba pensar y los bancos del parque habían demostrado ser grandes fuentes de inspiración; pasa todo tipo de gente y desde alguno de esos bancos se tiene una vista panorámica de otros escenarios por los que pasa aún más gente. Hay que aprovechar sitios así.
Aunque no me quedé mucho y la razón es uno de esos productos que uno no entiende cómo pudieron siquiera salir al mercado, porque no debe comprarlos ni el Tato.
En cuando me senté en uno de los bancos con visión panorámica pude fijrme a la perfección en un cartel con rayas negras y rojas, zonas amarillas y lunares blancos. Recordaba a los cuadros pop de Liechestein. O a los cuadros de Liechestein en general, no sé si llegó a hacer algo distinto que requiriese algo más de curro. En fin, me llamaron la atención las palabras del cartel “¿Cansado de la dulzura?”
Inmediatamente pensé “¡Coño, un chicle salado!”, pero no. Un chicle salado aún podría haber estado bueno. Busqué una tienda de golosinas y compré un paquete. Delos se llaman. No es que recuerde el nombre, es que desde aquí arriba aún puedo ver un gran cartel.
Nada más salir de la tienda abrí el paquete y saqué uno de los chicles, cuadrados y envueltos individualmente. Para dentro que fue.
Cuando estás comiendo pipas y te toca una mala inmediatamente la escupes, ¿verdad? Pues ésa fue mi reacción con los Delos. Como si me hubiese tocado un chicle pasado (cosa poco probable) lo escupí y rápidamente desenvolví otro y me lo metí en la boca.
—¡Qué puto asco!—dije en voz  alta mientras seguía mascando.
Aquello sabía como debe saber la mierda de alguien que se ha pasado días comiendo granos de café. Porque la mierda es amarga, ¿verdad? No sé dónde loe escuché, pero ya lo doy por hecho. Supongo que algún coprófago comunicaría sus hallazgos.
La mierda es amarga, entonces, y aquellos chicles eran mierda con café; o con pomelo o boldo, que una vez probé una infusión de boldo y casi pido que me maten.. Chicles amargos, ¿a qué genio del marketing se le ocurre algo así? No soporto las cosas amargas. Nada de café para mí, por favor. Té con hielo y azúcar nivel ataque de diabetes, gracias.
Escupí también el segundo chicle, claro, pero no tiré el paquete. Estaba cerca de otra agencia de publicidad donde conocía a un par de pringaos sin talento. Si alguien hubiese estado atento a mi reacción ante los Delos se habría descojonado y yo quería ver eso en otros. Definitivamente quería ver a alguien reaccionando con su primer y último Delo en la boca. Tim y Tom eran ideales para eso.
¡Pues manda huevos! Te puedes creer que a Tom le gustó esa mierda? Yo ni me había fijado en el color del chicle, pero a mi maliciosa pregunta de “¿Quieres un chicle?” él contestó  “Sí, gracias. ¿Es de fresa?” y se lo metió en la boca.
—Humm—dijo—. Curioso—remató.
Curioso, dice. ¡Vete a tomar por culo! Ya dónde va a tener tirón un chicle semejante, en los restaurantes de cocina creativa, donde la gente va no a comer sino a experimentar y la palabra que más sale de sus bocas es “curioso” porque no se atreven a decir lo malo que está todo. Pues hala, mierda con café para ti, de postre, regalo de la casa. Experimenta.
Ah, no vi  Tim. Tom dijo no  haberlo visto en todo el día, que seguía reunido con los directivos. Supongo que no pasaban juntos tanto tiempo como yo pensaba. Lo de los nombres emparejados era sólo otra muestra de lo estúpidos que son.
Intento fallido, pero aún me quedaban dos chicles. No os voy a engañar, no conseguí nada.
Probé con el guardia de seguridad de la empresa de Tim y Tom, un tío simpático, pero frustrado como sus semejantes. Tras sacar el Delo de su envoltorio lo acercó a su nariz, lo olió, le pegó un ligero lametón, volvió a envolverlo y devolviéndomelo dijo “Gracias, no es para mí”. Vaya guarro, por cierto.
Salí de allí con mi último Delo en el bolsillo en busca de mi última víctima. Aunque en realidad habría sido la primera, no había conseguido nada. Sí que podría haber vuelto a comprar más chicles, pero ni de coña iba a contribuir a que un producto semejante, cuyo único uso aprovechable era como artículo de broma siguiese en el mercado. Y a todo esto, tenía que ponerme a trabajar en el anuncio de condones, así que me dirigí a casa. Oh, aunque recuerdo que pensé en que ya había hecho algo de trabajo, ahora rondaba por mi cabeza la posibilidad a escoger o descartar preservativos con sabores amargos, que siempre tienen un sabor dulzón de lo más empalagoso, o eso me han dicho.
Pero el pensamiento de aplicar sabor a Delos a los condones me hizo pensar en preservativos con sabor a mierda, y el hecho de que ésos están rondando por ahí de forma espontánea me dio algo de asco. Mejor cortarlo aquí.

El último chicle fue a parar a Adela, una de las varias cuarentonas ricas que viven en mi edificio, pero en otra hala, aunque compartimos portal. Ella directamente metió el chicle en el bolso. Si aceptó el chicle por educación y jamás se lo comerá por ser demasiado fina para las golosinas o si lo guardó sólo porque en el momento no le apetecía es algo que ya me da bastante igual. Empiezo a estar cansado.

1 de diciembre de 2006

El día fue bastante normal. A las 11 fuera de la cama. Desayuno, ducha y al curro en bolas. ¡Que no hombre! Me vestí antes de salir. Muchas cosas no las diré, no me voy a convertir en buen narrador, paciente, omnisciente y detallista de la noche a la mañana; y en concreto eso de vestirse se sobre entiende, ¿no?
Bien, no hay respuesta. Sigamos.
Entraba al curro a la una… ¡Joder, vaya hostión!...
Perdón, me descentro.
Entraba al curro a la una, cosa buena que me evitaba tener que madrugar, porque odio madrugar. Cuando era (más) joven pensaba que la necesidad de ser más responsable me movería para encontrar en levantarse temprano la satisfacción suficiente como para hacerlo sin sentir que el mundo se me venía encima. Nada de eso, con el paso del tiempo madrugar se vuelve… ¡por dios, vaya forma de reventar cabezas!... oh, de nuevo, perdón. ¡Menudo salvaje!
Decía que con el tiempo madrugar se vuelve aún más pesado. Al menos en mi caso, porque cada día recordaba la cantidad de veces que me había visto forzado a ello y ¡dios, qué infierno! Por eso me costó encontrar la agencia en la que trabajaba, costó encontrar un lugar en el que no les importase que no llegase pronto a trabajar siempre y cuando pudiesen retenerme hasta altas horas de la noche. Concretando, alguna vez pude salir del curro a la una de la mañana. Doce horas en el lugar de trabajo, que no significa doce horas de curro; el proceso creativo pasa por largos momentos de mucha tocada de huevos, rascada de panza, etc. Lo que sea, pero no trabajo.
Cansado de brainstorming, sleep-writing y demás chufa hecha para ayudar (forzar) a salir a la creatividad (o, como solía decir mi mentor, “cebos para atraer a la puta inspiración”), aquel día no llegué con muchas ganas de someterme a todo ello, así que fui directo a Aldo:
—Campaña de condones—dijo Aldo.
—Bien. ¿Tienen algo en especial?—le pregunté, mejor conocer detalles antes de ponerme a crear.
—Pues lo típico. Más finos, más resistentes y con menos típico olor a condón.
Da gusto hablar con Aldo.
—Ok. Me piro.
Y me marché de allí. Creo que no pasé más de cinco minutos en el edificio. Durante mi salida, mi jefe de departamento gritó algo sobre echarme y tal. No sonó muy convencido, porque algunas veces yo había hecho algo parecido y al final regresaba con la idea que finalmente sería la escogida  por los anunciantes.
Noción a destacar de la mañana: Anuncio de condones.
Lo bueno de nuestra empresa es que nunca hay definido el medio en el que será presentado el anuncio. Tenemos flexión y eso es muy cómodo.
Llegué a casa y me puse a pensar en la campaña mientras veía anuncios grabados. No se me ocurrió nada útil.
Aquella noche hubo una espectacular lluvia de estrellas perfectamente visible desde mi balcón, pero no sirvió para inspirarme.

Prólogo

¡Empezamos bien el año! Lunes 1 de Enero de 2007. Primer día de la primera semana del primer mes del que iba a ser mi año. No es que yo crea mucho en esas cosas, pero 2+0+0+7=9 y siempre me habían pasado cosas buenas alrededor de ese número. Pues empieza el año y yo voy y me muero.
Muerte súbita para mayor puteo. ¿Cuáles eran las probabilidades? Soy de letras, así que ni idea, pero seguro que pocas, lo que convierte mi muerte en una auténtica rareza aunque sólo sea para aparecer mencionada en documentos sobre esta forma de venirse al otro barrio, el cual por cierto no es para nada como me lo esperaba. De hecho dudo que nadie jamás haya imaginado que ser muerto se pareciera a esto.
Es lógico pensar que siendo las condiciones relativas a mi muerte tan peculiares y teniendo en cuenta el hecho de que estoy narrando estando, pues eso, muerto, es lógico pensar, como decía, que voy a ser importante en lo que voy a contar; pero no, no apareceré. O tal vez sí, ¡adoro el suspense!... ¡adoraba el suspense!...
 Bueno, qué más dará hablar en pasado, presente o futuro. No puedo asegurar que esté muerto, lo que veo desde aquí arriba es demasiado raro como para que esté viendo el mundo desde el cielo (si es que existe tal cosa y está arriba); la perspectiva no es cenital, sino levemente elevada, así que no estoy arriba del todo, y lo que veo se parece más a una película de ciencia ficción que al mundo tal y como estaba poco antes de que me diese el jamacuco frente a mi ordenador, por lo que, tal vez, esté soñando, o sea éste el sueño de alguien. Puede que incluso me drogase y no lo recuerde. O que esté en coma y esto sea el purgatorio o cualquier sitio entre la vida y la muerte. Éste debe ser el sitio al que vienen a morir las malas películas de acción. La duda es ¿¡qué coño pinto yo aquí?!
La verdad es que estoy totalmente perdido. En vez de darle más vueltas me centraré en mí, que soy lo único que escucho. Como espectador desconcertado por su situación y despreocupado por la del resto del mundo (colectivo del que, por lo que parece, ya no formo parte), dedicaré la eternidad o al menos todo el tiempo que dure esta situación a hablar de mí. Hasta que me canse.
Empezaré hablando de mi última campaña, que es lo que tengo más fresco. A eso me dedico, campañas publicitarias, y adoro mi trabajo.

Publicidad:

Definición de Stanton, Walker y Etzel, unos señores:
 comunicación no personal, pagada por un patrocinador claramente identificado, que promueve ideas, organizaciones o productos. Los puntos de venta más habituales para los anuncios son los medios de transmisión por televisión y radio y los impresos (diarios y revistas). Sin embargo, hay muchos otros medios publicitarios, desde los espectaculares a las playeras impresas y, en fechas más recientes, el Internet.

Definición de mi mentor:
Cómo decir a la gente, usando todos los medios legales, en qué debe gastarse el dinero.

Y por último la mía, creo de todo corazón que es la más acertada:
Mira qué original soy, ¡dame tu dinero!

Tal vez mi definición sea muy escueta, sobre todo porque sólo hace referencia al publicista y a los anunciantes. Si no te gusta, puerta. Mi definición, mi vida, mi historia.
Y hasta aquí el suspense. La historia va sobre mí.